martes, 17 de septiembre de 2013

Boris Cyrulnik y la influencia del discurso social en el proceso de resiliencia



Boris Cyrulnik reconocido psiquiatra francés, ha publicado distintos libros con un tema en común La resiliencia, quien mejor que él para definir el concepto, un hombre cuya infancia fue transformada debido a la  muerte de sus padres durante el holocausto.  Cyrulnik en cada uno de sus escritos enfatiza el papel que tiene la cultura en el proceso de resiliencia, menciona  que donde hay que tratar de comprender el  efecto devastador del trauma es en el discurso social, así como en los relatos íntimos del niño.

Analiza cada uno de los factores que intervienen en el proceso, dice textualmente “vivir en una cultura donde se puede dar sentido a lo que nos ha sucedido: historizar, comprender y dar” son los medios de defensa más simples, más necesarios y más eficaces. Comparto con ustedes un fragmento del libro Los patitos feos, el cual recomiendo ampliamente.

Las culturas normativas erradican la imaginación


Las culturas excesivamente normativas impiden la creatividad en nombre de la moral. Se busca en el discurso social del entorno el argumento que permita excluir a esas familias que están fuera de las normas. En la época donde el contexto científico hablaba de una degeneración que impedía a ciertos individuos acceder al sentido moral, ese concepto se utilizaba para referirse a “esas familias degeneradas” que había que arrojar fuera de la sociedad, exterminando así a posible pequeños Schuman, Van Gogh o Hemingway.

Cuando el rendimiento social se convirtió en un valor cultural prioritario, hubo que erradicar la imaginación. Leer poesía, dedicarse  a la música o colorear dibujos se convertía en una “escandalosa pérdida de tiempo” un signo de evidente desadaptación a los “hechos”.He conocido a inmigrantes italianos  o polacos tan deseosos de integrarse a través del trabajo que incluso se indignaban  a ver a sus hijos leyendo. De una patada mandaban  a paseo el libro que su hija  intentaba descubrir para escapar a la sórdida  realidad, o con una frase sarcástica humillaban al hijo que quería estudiar: “El bachillerato es para las chicas o los maricas. Un hombre, un hombre de verdad ha de tener el valor de ir a la fábrica”.

 El dinero que permite acceder al consumo transforma hoy  en día los espectáculos en mercancía: futbol, baile, teatro y cine. Así que para democratizar el acceso a esta cultura se pone dinero público para que los pobres también puedan  asistir al espectáculo. Esta práctica supone un generoso contrasentido porque la creatividad no es una distracción, sino que ha de inventar un nuevo mundo  para cambiar al que hace sufrir. La cultura creativa es un aglutinante social que da esperanza cuando se presentan pruebas en la vida, en cambio la cultura pasiva es una distracción que entretiene, pero no resuelve nada. Para que la cultura ofrezca guías de resiliencia, es mucho más necesario engendrar  actores que espectadores. Hay que proporcionar a los pobres  la oportunidad de dar, permitiéndoles crear un espectáculo, una velada, un debate. un día de fiesta.Catherine Hume, que se lleva a adolescentes al Himalaya, los convierte en actores, mientras que el educador que pasea por Venecia a unos cuantos niños los convierte en consumidores pasivos.

El arte no es una distracción, es la necesidad de luchar contra la angustia del vacío suscitada por el acceso a la libertad que nos proporciona el placer de crear. “Cada pequeño sufrimiento que aparece se convierte en un punto de referencia, como un jalón en la creación de modo que este es el lugar donde  es posible que se produzca un cambio” Mientras la cultura creativa nos hace evolucionar, la cultura pasiva nos ayuda a digerir. El hecho de que exista una clara correlación entre  creatividad y sufrimiento psíquico no significa que exista también correlación entre creatividad y  equilibrio mental. Todos los niños son creadores porque  ha de incorporar su medio y hacerlo evolucionar. Todos  los niños que sufren están obligados a crear, lo cual no quiere decir que todos los creadores estén obligados a sufrir.

El mundo de  fantasía de los niños favorecidos también es muy productivo. A partir de los cuatro años, los niños dibujan escenas en las que su fuerza les permite desbaratar los peligros, mientras que las niñas dibujan motivos más relacionales. En los niños favorecidos la dulce felicidad de crear llena su mundo íntimo. En cambio, en los niños heridos la felicidad de crear es vital, como lo es la fuerza  con que nos asimos desesperadamente a un resto flotante  que impide que nos ahoguemos.


Cyrulnik B.,Los patitos feos,2013, Pags.237-240 .